lunes, 20 de enero de 2014

Silence

Cierro los ojos.
Los brazos extendidos a ambos lados de la cabeza, abiertos como alas. Siento la lluvia en cada centímetro de mi ser, cada parte de mí es pura sensibilidad. Me dejo arrastrar escuchando los latidos de mi corazón, un timbal lento y espaciado, alto, tan alto que podría dejar sordo a cualquiera que quisiera asomarse a mirar.
Es un corazón complicado, ¿sabes? No sé muy bien por qué sigue latiendo.
De veras, pregúntatelo. ¿Por qué late el corazón? Y no hablo de venas y arterias, esas sé bien cómo funcionan. Me aprendí esos nombres que suenan a islas en la otra punta del mundo hace muchos años; cava, aorta, coronaria. No, no hablo de ellas. Ellas hacen posible el latido. Pero, ¿qué lo hace latir? ¿De dónde viene eso que me mantiene en pie y me tumba, de dónde viene lo que iluminó mis ojos cuando los abrí la primera vez, lo que desaparecerá cuando los cierre la última?
Me giro sobre la hierba, los párpados apretados, los labios entreabiertos. Las gotas de lluvia juegan en mi pelo y en mi espalda, y yo sigo sin abrir los ojos. ¿Para qué? Todo lo que quiero ver está lejos... muy lejos... a unos palmos sobre la hierba empapada, a miles de años de espacio y tiempo. Tirito.
Los dedos se me enganchan en la cadena que llevo al cuello, se me escapa un solo suspiro. Dicen que hay una enfermedad que hace confundir la realidad con los sueños... quien me lo dijo no suele equivocarse. ¿Y si llevo todo este tiempo dormida? ¿Querría despertar?
Cada latido de mi corazón se encadena con el anterior. Es una melodía complicada, sin sentido... sin sentido para quien no sepa escucharla, supongo que igual que yo. Soy un violín con las cuerdas demasiado tensas, no vale cualquier arco y tampoco cualquier par de manos. Hace falta mimo y... hace falta querer saber.
Abro los ojos.
La media sonrisa de Cheshire ilumina el cielo, y no puedo evitar responder con una propia, un poco menos sesgada, un poco más ilusa. La sonrisa de una niña muy anciana, una criaturilla hecha de retales de viejos suelos y deseos. A veces me pregunto... me pregunto cómo es que he llegado hasta aquí.
Yo no estaba destinada a nacer, y en cambio estoy aquí. Supongo que en mí misma soy un desafío, y me encanta. Me siento en medio de la tormenta a mirar la luna que juega entre las nubes, un ser que no pertenece a ningún mundo. Una criatura sin dueño y sin hogar, destinada a la nada...
¿Sabes qué es lo curioso del destino? Dicen que está escrito. Pero yo no lo creo. Mi destino era la soledad, mantener la cabeza gacha, avergonzarme de mi diferencia. Y estoy aquí. Estoy aquí con los brazos abiertos en mitad de la tormenta, sintiendo todo lo que no debería sentir.
Soy feliz.
No existe ningún destino. Cada uno escribe el suyo propio, y dado que no hay otra cosa que yo sepa hacer, el mío será una historia digna de ser contada. Una historia que no se contará... porque yo no quiero que se cuente.
Pero valdrá la pena. Lo escribiré con la tinta de mis venas si hace falta.
El viento agita mi pelo, mi vestido, la cadena que llevo al cuello. Aferro el anillo entre los dedos, preguntándome si debería dejarlo ir. Es tiempo.
Yo ya no soy esa niña asustada.
No puedo evitar reír. Los latidos de mi corazón siguen sonando como un tambor en medio de esta nada, fundiéndose con los violines, con la risa satisfecha de Cheshire. Claro que sí.
Soy libre.
No hay destino. No hay pasado. No hay nada que vaya a quemarme o limitarme. Solo la lluvia, mi corazón, este segundo. Todo lo que tengo y a la vez no tengo.
Todo lo que es y no es perfecto.
El silencio es atronador. Parpadeo con la vista fija en el sol, los ojos relumbrando como cobre fundido al sol, el pelo siendo una corola de llamas de azabache. Las nubes contra el amanecer de la tormenta trazan arcos y curvas, dibujan corcheas contra las líneas de los rayos de sol tocando su propia sinfonía.
Los latidos de mi corazón se han apagado.
Un sueño más.
Mío, y solo mío.

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