martes, 14 de enero de 2014

23/04/2013

Ya atardece.
El sol se estrella ya sin fuerza contra los cristales de las ventanas del salón, pintando la habitación de fuego mientras la luna le va ganando terreno allá arriba en el cielo. Algunas estrellas irreverentes se aventuran ya a flotar en el cielo teñido de malva. Todo parece cristalizado por un instante. Quieto. En paz.
Pero el instante pasa y todo sigue adelante, revolviendo mis pensamientos como siempre. Siempre creí que el tiempo viene a curar las heridas, pero en realidad, el tiempo las quema. Las convierte en cicatrices. Y las cicatrices son para siempre.
Me gusta el modo en que el sol me baña en oro rojo. Me gusta brillar envuelta en llamas, el pelo siendo una corola de fuego y azabache. Borra las ojeras, la palidez, la mueca exangüe de los labios. Vuelve los ojos de cobre fundido. Cobre viejo.
Tiempo. Date tiempo para pensar. "Date tiempo para reflexionar, luego hablaremos". Pero el luego nunca llega, ¿verdad? No quiero esperar, pero tampoco hay nada más que pueda hacer. Esperar. 
Quiero pensar que todo irá bien. Que la vida nos pondrá a cada uno en nuestro sitio. Sin destino, sin pasado. Sin ayer. Solo un ahora. Este segundo. La música.
Los ojos que me queman, el recuerdo de otros ojos. Ojos como el mar en las tormentas, azul embravecido, casi gris. ¿Dónde está? ¿Tiene algún sentido hacerse estas preguntas, casi ocho años después?
La luna parece querer congelar el cielo hoy. Una telaraña de escarcha sobre el negro del firmamento, una laguna de luz helada. Plata derramándose sobre el cielo nocturno. Querría estar ahí fuera. Tirarme sobre la hierba, cerrar los ojos y dejar que me cubriera de plata a mí también.
Quisiera parar el tiempo y detenerme a dormir en esa piel, la que parece tener gravedad propia, arrastrarme. ¿Cuánto tiempo más? No me gusta esperar. Nunca me gustó esperar. Y ahora, menos.
Mi ángel, el ángel con las alas de agua y mudo, parece cantar en voz muy baja. En mis sueños, siempre en sueños. Porque ya no hay otro lugar para nosotros dos.
¿Terminaré algún día de despedirme?
Personalmente, lo dudo mucho.
Esa luna creciente parece querer acunarme hoy. La luna y mi propia voz, cantando muy bajito aquella canción. Para no olvidar. Mi ángel.
"Atrévete", grita.
"Sabes lo que quieres. Y también sabes lo que no quieres hacer."
Un segundo más y estaré lejos de aquí. Un día más, un mes más. ¿Existe aún el tiempo? Qué más da. Ocho años congelada en el recuerdo de unos ojos como el cielo al atardecer. Aterciopelado azul, casi gris...
Qué importa el tiempo. Qué importa si esto tiene sentido o no. Qué importa todo, si tengo un corazón soñador y majadero que tiene tendencia a ignorar a la razón, tinta en las venas y un ángel que me dice que me deje de miedos y me atreva a volar.
Y qué si estoy loca.
Al menos, seré feliz. Mientras tenga tinta y papel, palabras. Mientras haya alguien que no quiera hacerme renunciar a partes de mí... mientras haya posibilidad de volver a soñar.
Sin hogar al que volver. Porque al fin y al cabo, es mucho más fácil saltar cuando no se tiene nada que perder.



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