martes, 19 de junio de 2012

Silence

Hay gente que sabe bailar, gente que sabe cantar, y gente que sabe hacer las dos cosas. Tú, que no sabes hacer ninguna, siéntate en la oscuridad y mira a los que sí saben.

Cuántas veces me repitieron eso de niña. Entonces asentía, me tragaba las lágrimas, sacaba orgullo de alguna parte (es asombroso el orgullo que puede tener escondido una niña que no sabe bailar ni cantar) y me sentaba a oscuras a ver bailar y cantar a los que sí sabían.
Ahora me pregunto, ¿qué niña de cinco años sabe bailar?
Pero también es cierto que no hay muchas niñas de cinco años con una cabeza como la que tenía yo.
Así que me sentaba a oscuras, y miraba a los que sabían bailar y cantar. Dioses, cómo los envidiaba. Nadie sabe lo que yo habría dado por poder subirme a un escenario e intuir al público, allá a oscuras, mirándome. Saber que podía enseñarles algo hermoso. Que iba a hacer algo realmente bien.
Pero nunca fue así. Mis padres me apuntaron a un eterno desfile de clases; ballet, flamenco, bailes de salón, jotas. Jamás fui capaz de mover mis pies y mis brazos como ellos decían que lo hiciera, jamás me sentí nada más que una marioneta con los hilos demasiado prietos. Me gustaba moverme a solas, a oscuras, donde ni siquiera yo misma me veía. A oscuras no hay sitio para la vergüenza. A oscuras podía bailar sin miedo.
En cuanto a cantar... mi padre y mi madre jamás supieron cantar. A mí me gustaba. Me gustaba cantar, lo confieso, ¿por qué no? Me parecía lo más hermoso del mundo, las canciones. Amaba la música, amaba las palabras, ¿qué hay más hermoso que una canción?
Pero mi voz era demasiado aguda. Demasiado irritante para los oídos de mi madre, que me mandaba callar a cada momento. Con siete años ya cantaba sola sin cantar, solo moviendo los labios. Me atrevería a decir que olvidé cómo se cantaba.

Hay gente que sabe bailar, gente que sabe cantar, y gente que sabe hacer las dos cosas. Tú, que no sabes hacer ninguna, siéntate en la oscuridad y mira a los que sí saben.

Me acostumbré a ello, y me gustaba. Esconder mi descoordinado cuerpo en la oscuridad, donde nadie pudiera ver si, al mover los dedos sin querer haciéndolos bailar sin pretenderlo, era capaz de seguir el ritmo o no. Cantar sin mover la garganta, acariciando las palabras con los labios sin dejar que una pizca de aire saliera. Ver a los que sí sabían moverse en comunión con la música. Piernas, brazos, manos y torsos, qué maravilla. Ellos merecían estar allí, a la luz de aquellos focos, y yo a oscuras entre bastidores. Yo, que solo sabía manejar las palabras, que ni siquiera entendía de emociones, debía quedarme en la sombra y observar. En silencio, sin molestar a los artistas. Ser solo la voz narradora de los que tenían una historia que merecía ser contada.
Mis padres estaban muy orgullosos de mí.
Ellos no sabían que, aunque era feliz a oscuras, no siempre me limitaba a mirar. Que intentaba aprender. Ellos no sabían que no quería ser siempre solo espectadora. Que yo sabía que, aunque no fuera digna de salir ahí fuera, podía bailar donde nadie pudiera verme. En cualquier rincón, donde estuviera sola y tranquila, podía poner música, cerrar los ojos o apagar la luz, y bailar. Seguirla, sin importar cómo ni por qué. Seguir el ritmo como si fuera los latidos de mi corazón. Bailar. Bailar bien o mal, pero bailar. Y ser feliz.
A solas.
Ellos tampoco se dieron cuenta cuando mi voz comenzó a cambiar. El tono agudo que tanto irritaba a mi madre se fue endulzando de extraña manera, una prima paciente me enseñó canciones de antes de mi nacimiento, y poco a poco y en soledad fui adquiriendo una extraña sabiduría. 
De acuerdo.
Jamás cantaría de un modo que mereciese ser admirado.
Pero cantaría. Donde nadie me oyera, cantaría. Para mí. Porque no tenía por qué ser perfecta para ser feliz.

Hay gente que sabe bailar, gente que sabe cantar, y gente que sabe hacer las dos cosas. Tú, que no sabes hacer ninguna, siéntate en la oscuridad y mira a los que sí saben.

Hay cosas que no se pueden ocultar.
No podía evitar tararear canciones, viejas y nuevas. No podía evitar ser feliz con ello. No podía cantar delante de mis padres, ni siquiera aunque mi voz hubiera evolucionado en algo mejor, tal vez algo digno de ser oído. Nunca sería lo bastante buena para ellos. Me harían callar.
Y me tocaría volver a ser la niña pequeña que se esconde entre bastidores y va recuperando poco a poco el valor. Tendría que empezar desde cero otra vez.
Y no sabía si estaba preparada para eso.
Pero entre mis amigos... ¿por qué callar entre mis amigos?
Y para mi sorpresa, me dijeron que cantaba bien. Yo sabía que no tenía una gran voz, que nunca la tendría. Que no sabía cantar, jamás me han enseñado.
Pero adoro cantar. hacerlo, de no sé qué extraña manera. Puedo hacerlo.
Puedo ser feliz haciéndolo.

Hay gente que sabe bailar, gente que sabe cantar, y gente que sabe hacer las dos cosas. Tú, que no sabes hacer ninguna, siéntate en la oscuridad y mira a los que sí saben.

Aprendí. 
Aprendí a cantar. Jamás como una profesional, ni siquiera como una aficionada.
Solo como una chica que necesitaba estallar por alguna parte. Una chica que estaba cansada de gritar en el papel. Una chica que quería gritar de viva voz.
Jamás podré bailar. 
Demasiado tiempo reprimiéndome cuando fue el momento de aprender. Demasiado tiempo oyendo en mi cabeza "estate quieta, no eres lo bastante buena." Demasiado tiempo sabiendo que mi cuerpo no sabe bailar, y mi cabeza tampoco.
Jamás podré subirme a un escenario y bailar. 
Me encantaría. 
Me encantaría bailar, simplemente.
Pero no puedo, ni podré.
Demasiado tiempo siendo una marioneta. Ahora no sé moverme sin los hilos.

Pero puedo cantar. 
Puedo cerrar los ojos y de repente solo está la música y yo sé lo que tengo que hacer.
Jamás seré lo bastante buena.
Pero seré feliz haciéndolo.
Y eso es más de lo que me habría atrevido a soñar.

Licencia de Creative Commons
Silence by Mª Gumiel is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

Publicar un comentario