Hoy
llueve, como tantos otros días de este maldito año que empezó mal y va a peor
cada segundo que pasa.
¿Alguien
me puede explicar cómo se pueden torcer tanto las cosas? ¿Cómo pudo acabar tan
bien el año pasado y empezar tan mal este? Agh.
Llueve.
Llueve y la lluvia va calando poco a poco en mi abrigo negro, en mis pantalones
negros y en el negro de mi mal humor.
Llueve y me sigo preguntando cuánto tiempo más va a durar esta espera. Llueve,
y cada gota repiquetea contra el suelo, en los charcos, levantado gotas
diamantinas que relucen al sol mortecino que, entre las nubes, alarga una vez más la
pregunta.
¿Cuánto
tiempo más? ¿Cuándo te darás cuenta? Nada parece cambiar a lo largo de los días
vacíos, para ti, para mí, pero las cosas son cada vez más y más distintas. Nada
parece romper la melancolía de los días de lluvia, la entereza de mi sonrisa
cuando te prometo que todo va a ir bien, que las cosas cambiarán tarde o
temprano, que estarán perfectamente en menos tiempo del que crees.
Pero
claro, tu concepción de que todo irá bien es muy distinta de la mía…
Para ti,
estar bien es estar con ella. Verla sonreír, regalarle cada minuto de tus días,
cada cachito de tu sonrisa, esa sonrisa tuya que hace que quiera saltar a tus
brazos y comerte a besos. Para ti, que todo vaya bien es que cuando os
despidáis no te atormenten las dudas, que sepas que puedes confiar en ella, que
todo estará perfecto, porque te quiere, tanto como tú a ella. Para ti, ese es
el paraíso.
Para mí,
estar bien es volver a verte sonreír sin la punzada de dolor que atraviesa tus
rasgos. Sin el sesgo de miedo que se cuela en tus pupilas negras. Me encantaría
volver a verte reír, optimista empedernido. Me encantaría que fuéramos amigos,
sin más. Vale, lo reconozco, me encantaría que fuéramos mucho más que amigos.
Pero hay que saber conformarse. A veces, la vida no da más.
Llueve, y
el cielo se ve cada vez más plomizo, más oscuro y amenazante. Va casando poco a
poco con mi estado de ánimo. Se me van revolviendo los rizos con la brisa que
se levanta poco a poco, mientras camino a tu encuentro otra vez. Un paso, un
golpe de la bandolera en la cadera, y el corazón palpitando cada vez más
rápido. Maldita ilusa. Me tranquilizo, o mejor dicho, tranquilizo mi
respiración y el ritmo de mis pasos. No estoy tranquila en absoluto, pero mejor
que tú no lo notes.
Ya te veo,
apoyado en la esquina con el mismo ademán indolente de siempre, mitad
despreocupado, relajado, pero a la vez alerta. Esperando a tu mejor amiga, o
eso te crees tú. Si supieras hasta que punto te quiero… vale, supongo que lo
intuyes. Soy tan estúpidamente transparente… pero no te haría ninguna gracia,
no, ninguna. Huirías. Y yo me trago todas mis emociones y te sonrío. Me limito
a darte lo que necesitas, apoyo, cariño, comprensión. A escucharte. Porque soy
tu mejor amiga, nada más.
Diluvia
mientras vuelvo a casa. El cielo es negro, negro como el carbón, y mis
lágrimas, en la oscuridad, son negras también. Supongo que si luciera el sol
serían tan diamantinas como las gotas de lluvia de la tarde. Pero ahora la
tarde ha caído, y mis lágrimas son negras como chispas de azabache. Relumbran
igual. Parpadeo con algo de rabia, para quitármelas de la vista.
Las
farolas derraman una luz dorada, amarilla, mortecina, sobre las baldosas azules
y amarillentas del suelo de mi barrio. El agua las cubre como una fina
película, y las gotas forman pequeñas dianas en la capa de agua de lluvia. Me
hace pensar en otros inviernos, otros otoños. En el otoño pasado, el otoño que
estuve con él y fui tan dolorosa y realmente feliz…
Pero ahora
no tengo nada, y tú lo sabes. Ahora solo
te tengo a ti, y ni siquiera realmente. Tú le perteneces a ella, a sus labios,
al sonido de su voz, a su calor. Eres suyo, lo quieras o no. Aunque a veces no
lo quieras, aunque otras lo desees. No sé si es amor. Pero al menos, tú la
quieres.
Me
pregunto cómo ha pasado esto. Como hemos vuelto a donde empezamos; amigos, pero
yo enamorada de ti. Y enamorada de él en la distancia, y destrozada hasta el
fondo, y débil y fuerte, y mujer y niña…
Un escalofrío
me recorre la espalda de arriba abajo, mientras una de las lágrimas
centelleantes del cielo se me escurre por la nuca. Me recojo los rizos y los
retuerzo, hasta que chorrean. Por qué demonios me dejaría el pelo tan largo.
Estorba, pesa, da calor, da trabajo. Por qué lo haría.
Ah, sí. A
él le gustaba.
Mierda.
Si, aún le
echo de menos. Pero también te quiero a ti, de otro modo. Sin dolor. Supongo
que es porque confío en ti. Sé que tú nunca me harás daño, al menos, no a
propósito.
¿Se puede
querer a dos personas a la vez? ¿Tanto como quiero yo? Espero que sí. Porque yo
lo hago…
Me
preguntaste por qué le había dejado. Porque acabé con aquella relación, si le
quería tanto, tantísimo que he pasado las tres últimas semanas como un
fantasma, deambulando por mi vida anterior como una amnésica.
Bueno… ya
tengo la respuesta.
Le quería
y le quiero. Le quería como a mi vida, como al sol al amanecer, como a todos
mis sueños hechos realidad. Le quería con toda mi alma. Le quería conmigo
siempre, toda la vida, hasta el final. A pesar del dolor, a pesar de todo.
Pero me
estaba destrozando. Me estaba muriendo en vida, por él, por sus manías, sus
imposiciones, sus deseos imposibles… iba minando poco a poco todo lo que era
yo, todo lo que era mi alma. Era feliz cuando estaba con él, pero me moría en
cada minuto separados. Me moría al pensar dónde estaría, y con quién… me mataba
no poder confiar en él. Vivía angustiada, prisionera en la prisión que yo misma
había elegido. Encerrada…
Llueve.
Llueve y la lluvia limpia mis lágrimas, mis recuerdos, mi dolor. Llueve y me
voy sintiendo mejor… la lluvia forma torrentes en mi rostro, en mi pelo, en mis
manos frías y blancas.
Le quería
y le quiero, como a mi vida. Como te quiero a ti, como llegaré a querer a otro
con el que pueda ser feliz.
Pero hoy
sé que me quiero más a mí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario