jueves, 17 de mayo de 2012

Llueve



Hoy llueve, como tantos otros días de este maldito año que empezó mal y va a peor cada segundo que pasa.
¿Alguien me puede explicar cómo se pueden torcer tanto las cosas? ¿Cómo pudo acabar tan bien el año pasado y empezar tan mal este? Agh.
Llueve. Llueve y la lluvia va calando poco a poco en mi abrigo negro, en mis pantalones negros y en el negro de mi mal  humor. Llueve y me sigo preguntando cuánto tiempo más va a durar esta espera. Llueve, y cada gota repiquetea contra el suelo, en los charcos, levantado gotas diamantinas que relucen al sol mortecino que,  entre las nubes, alarga una vez más la pregunta.
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo te darás cuenta? Nada parece cambiar a lo largo de los días vacíos, para ti, para mí, pero las cosas son cada vez más y más distintas. Nada parece romper la melancolía de los días de lluvia, la entereza de mi sonrisa cuando te prometo que todo va a ir bien, que las cosas cambiarán tarde o temprano, que estarán perfectamente en menos tiempo del que crees.
Pero claro, tu concepción de que todo irá bien es muy distinta de la mía…
Para ti, estar bien es estar con ella. Verla sonreír, regalarle cada minuto de tus días, cada cachito de tu sonrisa, esa sonrisa tuya que hace que quiera saltar a tus brazos y comerte a besos. Para ti, que todo vaya bien es que cuando os despidáis no te atormenten las dudas, que sepas que puedes confiar en ella, que todo estará perfecto, porque te quiere, tanto como tú a ella. Para ti, ese es el paraíso.
Para mí, estar bien es volver a verte sonreír sin la punzada de dolor que atraviesa tus rasgos. Sin el sesgo de miedo que se cuela en tus pupilas negras. Me encantaría volver a verte reír, optimista empedernido. Me encantaría que fuéramos amigos, sin más. Vale, lo reconozco, me encantaría que fuéramos mucho más que amigos. Pero hay que saber conformarse. A veces, la vida no da más.
Llueve, y el cielo se ve cada vez más plomizo, más oscuro y amenazante. Va casando poco a poco con mi estado de ánimo. Se me van revolviendo los rizos con la brisa que se levanta poco a poco, mientras camino a tu encuentro otra vez. Un paso, un golpe de la bandolera en la cadera, y el corazón palpitando cada vez más rápido. Maldita ilusa. Me tranquilizo, o mejor dicho, tranquilizo mi respiración y el ritmo de mis pasos. No estoy tranquila en absoluto, pero mejor que tú no lo notes.
Ya te veo, apoyado en la esquina con el mismo ademán indolente de siempre, mitad despreocupado, relajado, pero a la vez alerta. Esperando a tu mejor amiga, o eso te crees tú. Si supieras hasta que punto te quiero… vale, supongo que lo intuyes. Soy tan estúpidamente transparente… pero no te haría ninguna gracia, no, ninguna. Huirías. Y yo me trago todas mis emociones y te sonrío. Me limito a darte lo que necesitas, apoyo, cariño, comprensión. A escucharte. Porque soy tu mejor amiga, nada más.
Diluvia mientras vuelvo a casa. El cielo es negro, negro como el carbón, y mis lágrimas, en la oscuridad, son negras también. Supongo que si luciera el sol serían tan diamantinas como las gotas de lluvia de la tarde. Pero ahora la tarde ha caído, y mis lágrimas son negras como chispas de azabache. Relumbran igual. Parpadeo con algo de rabia, para quitármelas de la vista.
Las farolas derraman una luz dorada, amarilla, mortecina, sobre las baldosas azules y amarillentas del suelo de mi barrio. El agua las cubre como una fina película, y las gotas forman pequeñas dianas en la capa de agua de lluvia. Me hace pensar en otros inviernos, otros otoños. En el otoño pasado, el otoño que estuve con él y fui tan dolorosa y realmente feliz…
Pero ahora no tengo nada, y tú lo sabes.  Ahora solo te tengo a ti, y ni siquiera realmente. Tú le perteneces a ella, a sus labios, al sonido de su voz, a su calor. Eres suyo, lo quieras o no. Aunque a veces no lo quieras, aunque otras lo desees. No sé si es amor. Pero al menos, tú la quieres.
Me pregunto cómo ha pasado esto. Como hemos vuelto a donde empezamos; amigos, pero yo enamorada de ti. Y enamorada de él en la distancia, y destrozada hasta el fondo, y débil y fuerte, y mujer y niña…
Un escalofrío me recorre la espalda de arriba abajo, mientras una de las lágrimas centelleantes del cielo se me escurre por la nuca. Me recojo los rizos y los retuerzo, hasta que chorrean. Por qué demonios me dejaría el pelo tan largo. Estorba, pesa, da calor, da trabajo. Por qué lo haría.
Ah, sí. A él le gustaba.
Mierda.
Si, aún le echo de menos. Pero también te quiero a ti, de otro modo. Sin dolor. Supongo que es porque confío en ti. Sé que tú nunca me harás daño, al menos, no a propósito.
¿Se puede querer a dos personas a la vez? ¿Tanto como quiero yo? Espero que sí. Porque yo lo hago…
Me preguntaste por qué le había dejado. Porque acabé con aquella relación, si le quería tanto, tantísimo que he pasado las tres últimas semanas como un fantasma, deambulando por mi vida anterior como una amnésica.
Bueno… ya tengo la respuesta.
Le quería y le quiero. Le quería como a mi vida, como al sol al amanecer, como a todos mis sueños hechos realidad. Le quería con toda mi alma. Le quería conmigo siempre, toda la vida, hasta el final. A pesar del dolor, a pesar de todo.
Pero me estaba destrozando. Me estaba muriendo en vida, por él, por sus manías, sus imposiciones, sus deseos imposibles… iba minando poco a poco todo lo que era yo, todo lo que era mi alma. Era feliz cuando estaba con él, pero me moría en cada minuto separados. Me moría al pensar dónde estaría, y con quién… me mataba no poder confiar en él. Vivía angustiada, prisionera en la prisión que yo misma había elegido. Encerrada…
Llueve. Llueve y la lluvia limpia mis lágrimas, mis recuerdos, mi dolor. Llueve y me voy sintiendo mejor… la lluvia forma torrentes en mi rostro, en mi pelo, en mis manos frías y blancas.
Le quería y le quiero, como a mi vida. Como te quiero a ti, como llegaré a querer a otro con el que pueda ser feliz.
Pero hoy sé que me quiero más a mí misma.

miércoles, 9 de mayo de 2012

09/05/2010


En días como hoy, en estos que me puede la melancolía, me pregunto por qué demonios sigo aquí.
Detesto este pueblo. Detesto levantarme por la mañana y ver gris y humo, detesto el asfalto negro, detesto el frío que cala en los huesos y el calor que abrasa en verano. Detesto saber que aquí, la gente ve exactamente lo que cree que tiene que ver. Que nadie ve más allá del cúmulo de apariencias en el que se envuelven, para ser, o parecer… no acabo de entenderlo. Parece que ahora lo que importa es aparentar ser lo que quieres ser, no aceptar ser lo que eres. Maquillaje, ropa cara, esa actitud de cada tribu urbana en la que os camufláis. El rechazo a los diferentes… ¿siempre destruís lo que no entendéis?
Miro por la ventana y llueve, entre el humo, la oscuridad. Me pregunto qué gracia tiene vivir aquí. Si por mí fuera, ya estaría corriendo por el mundo, sin mirar atrás ni una sola y maldita vez. No… no estoy hecha para esto. Soy vagabunda, bohemia, soñadora. Odio esto…
Miro por la ventana y veo resbalar las gotas de lluvia contra el cristal. Una se desliza más rápido que las demás, y va engullendo pequeñas gotas a su paso, hasta que son una piña enorme que se precipita al abismo. La enorme gota cae los tres pisos, fragmentándose, hasta que todos se estrellan contra el suelo. Y algunas pequeñas gotas la miran desde el cristal, preguntándose qué interés tenían en abalanzarse hacia su propia perdición.
¿Por qué sigo aquí? Ya he perdido todo lo que me ataba a este lugar.
Imagina un cielo nocturno. Imagina cientos de estrellas, unas más brillantes que otras. Cada estrella es una persona. Bueno, no una persona, es la representación de lo que siento por cada una de esas personas. Puede que una de ellas seas tú. Todas brillan con fuerza, con luz propia.
Ahora imagina que aparece de golpe un sol en medio de todas ellas. Un sol que brilla con toda la luz del universo, que irradia calor, alegría. Que me ofrece todo lo que nunca había tenido.
Y de pronto, sin avisar, el sol desaparece. Y los ojos quedan ciegos, cegados. Ya no ves nada en ese cielo nocturno. Sabes que las estrellas siguen ahí… pero ya no puedes verlas. Y ni siquiera tienes claro si quieres volver a verlas. Si vale la pena volver a ver una estrella, ahora que no volverás a ver el sol.
Eso soy yo ahora. Así estoy yo hoy. Soy los fragmentos doloridos y agotados de una persona. Cenizas de todas las veces que me he quemado.
O eso creía… parece que hay cosas que aún puedo sentir. Cariño. Empatía, últimamente. Mucha empatía. Y me agarro a ese sentimiento, para ver si consigo recuperar el resto. Dejar de ser de hielo. Volver a vivir, como antes…
“Si lloras porque no puedes ver el sol, tus lágrimas no te dejarán ver las estrellas.” ¿Cuántas veces me lo repitió mi madre? Ahora lo entiendo. Santas madres. Cuánta razón tienen. Siempre.
Perdí a mi sol. Le quería, y creo que aún le quiero, como a mi vida. Como no he querido a nadie. Y durante algún tiempo, temí no volver a sentir nada. Por un tiempo, quise dejar de vivir.
Pero he recuperado dos de mis estrellas. Y si me esfuerzo, iré recuperando el resto…
Sí, le quiero.
Pero hoy sé que me quiero más a mí misma.
Licencia de Creative Commons
09/05/2010 by Mª Gumiel is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.