sábado, 28 de enero de 2012

Nostalgia

Hoy es un día raro. Hoy soy desgarradoramente consciente de todo lo que está y no está. Lo tengo todo. Pero sigo sin tener un hogar.
No dejo de pensar en el mar. En acantilados recortados, salvajes, en tierras verdes, en bosques. Creo que el norte me está llamando, otra vez. A mí, que soy totalmente incapaz de aguantar el frío. A mí, que me encanta la lluvia.
Estoy cansada. Agotada. Quiero volver a casa, mi cabeza no deja de repetir esas palabras. Quiero irme a casa. Pero no tengo hogar.
Mientras tanto, en mi mente, en algún lugar, las olas se siguen estrellando contra el acantilado. Una y otra vez. Bramando allá abajo, susurrando aquí arriba. Una y otra vez. Un murmullo continuo. 
Una nana que me recuerda que debo volver a casa.

Veintisiete de enero; sueño

Según entras en la casa, lo primero que te llama la atención es que a la derecha de la puerta, muy pegada, discurre una pared. Está cubierta de tablas pintadas de verde, de un verde brillante que hace pensar en el golfo de California en pleno verano. Sin duda, el que eligió el color tenía una cierta nostalgia americana.
La pared no es muy alta, apenas dos metros, y, dado que el techo mide más de cuatro, deja un espacio sobre ella, como una tarima. En la pared, de unos seis metros de ancho, hay dos puertas, una pintada del mismo verde que las tablas, y otra blanca, desgastada. La puerta verde da a una habitación pintada de color verde manzana; está claro que es el color favorito de su propietario. Hay una cama desecha en una esquina y un escritorio frente a la ventana. Por ella se ve un paisaje espectacular; la casa, como el resto del pueblo, está construida sobre un barranco que se cierne sobre un inmenso valle. Aunque lo correcto sería decir que la ciudad está construida dentro del barranco. Se cierne sobre el vacío como un milagro arquitectónico.
Volviendo a la habitación, no hay mucho más que ver; un marcado desorden, un dudoso gusto decorativo, varios cactus secos y un inmenso póster de Transformers presidiendo la habitación, con Optimus Pryme mirándote fijamente. Ah, y las estanterías. Atestadas de cómics.
La puerta blanca da a una habitación pintada de azul. En ella, el escritorio está presidido por un ordenador, y el desorden reinante es aún más grave que en la anterior. El elemento más importante de la habitación, sin duda, es la ventana; un enorme y en apariencia confortable sillón orejero está situado de frente a ella, como si su propietario pasase horas mirando el paisaje. Deleitado.
Junto a la puerta blanca hay unas escaleras. Sobre el techo de las habitaciones, presidiendo un inmenso salón con un techo de casi cuatro metros, hay una cocina, pintadas las paredes de amarillo claro. Una pared casi entera es de cristal, de modo que el valle parece estar en la misma cocina. Está limpia y ordenada; lo más llamativo, y sin duda importante de ella es una mesa grande, de madera recia y con los cantos redondeados que está en el centro de la cocina. Sin duda, los habitantes de la casa comen allí, y allí hacen vida en común. En una cocina soleada con vistas al valle.
El salón parece más una especie de sala recreativa; un futbolín en una esquina, una mesa de billar, una de pin pon. Estanterías y estanterías cubiertas de libros. Una enorme televisión de plasma frente a un amplio sofá gris. Las paredes están pintadas de un acogedor color melocotón. En una esquina del mismo, sobre una tarima, hay una serie de instrumentos. Una guitarra, una enorme batería, un teclado, dos micrófonos. Un sinfín de amplificadores. Algo que parece la caja de una armónica sobre el teclado. Un violín. Un acordeón. Un montón de horas ensayando.
En una esquina del salón, medio disimulada, hay otra habitación. Es un poco más grande que la otras dos, y es la única habitación blanca. Además, está considerablemente más ordenada. El suelo es de parqué claro, hay una alfombra amarilla a los pies de la cama. Una cama de matrimonio, con las sábanas y la colcha azules. La ventana parece dar a la calle, pero está cubierta por unas cortinas amarillas. En las paredes, varias guitarras comparten el espacio con libros y cuadros.
Sales de esa última habitación, pasas por el salón, te diriges a la puerta de salida. Subes las empinadas escaleras de caracol que recorren el precipicio y sales a una de las callejuelas de la ciudad colgante.
No puedes evitar volver la vista atrás.
Incluso vacía, esa casa cuenta una historia. Una historia conmovedora.

viernes, 27 de enero de 2012

Pasado

El tiempo perdido se escurre como arena entre los dedos, y cada grano que golpea el suelo repite una y otra vez la misma pregunta; ¿ya está? ¿ya está? ¿ya está?
Vivimos como fantasmas preguntándonos dónde erramos en el camino. Cuándo dejamos escapar todos nuestros sueños, cuándo renunciamos a ellos. Cuál fue el golpe tremendo que nos borró de un plumazo las esperanzas y los sueños.
Sonreímos estirando los labios exangües en sonrisas artificiales, tratando de convencer a los demás de que somos como ellos. Felices. Ilusos.
Soy vieja... sí, lo sé, resulta absurdo. Pero soy tan vieja... y estoy agotada. Me he cansado de ver todo ese dolor que solo yo veo. Me duelen todas y cada una de las heridas que me ha ido abriendo la vida y que no se cierran. Me duele cada latido de este maldito corazón que aún se pregunta cómo puede seguir latiendo.
Cada latid, un pequeño golpe. Otra vez la misma pregunta. ¿Ya está? ¿ya está? ¿ya está?
Esperando. Agazapada en mi mansión de fachada soleada, prodigando sonrisa y atención a gente que no me importa en absoluto. Sólo aguardo. La espero, en silencio, con los ojos insomnes y fijos, bien abiertos, para verla venir. Decirle que se ha retrasado demasiado. Para dedicarle la sonrisa de dientes afilados que nadie ve.
Hay otros como yo. Somos pocos, sobre todo a esta edad. Nuestra maldición es que somos capaces de ver, y de entender. Lo vemos todo. Pero nadie nos ve a nosotros.
Estoy cansada. Me acurruco en mi rincón mirando al exterior con los ojos vivos. Es lo único que queda vivo en mí. Y respiro, poco a poco.
En cada inspiración, cada suspiro... ¿ya está?
¿Ya ha venido la muerte conmigo?

jueves, 26 de enero de 2012

Veintiséis de enero; cansancio...

...y mucha satisfacción por el trabajo bien hecho.

Calma

Hoy estoy de un excepcional buen humor. Sé que no debería, ya que esta tarde tengo un final; y pasado ese final, empezarán los exámenes en los que me juego más. La Historia no me preocupa. La Gramática, un poco.
Pero estoy de buen humor. Quizás tengan algo que ver las doscientas canciones nuevas que pasean por mis oídos. El amor que se refleja en todo. O el sueño que he tenido esta noche. No lo sé. Tampoco me importa saberlo. Soy feliz así.
Soy condenadamente feliz así.

miércoles, 25 de enero de 2012

La habitación blanca

El calor es líquido, como si estuviéramos sumergidos en él. Los colores parecen desdibujados, como si los márgenes entre unos y otros no estuvieran tan claros. Rojizos y azules, eso es todo lo que veo.
El color de tu piel, indescriptible. Tostado, podría decir que hasta apetitoso, simplemente por las ganas que tengo de morderla, de lamerla, de besarla. Bendito pecado el de tu piel.
Cierro los ojos. Siento muchas cosas, demasiadas como para procesarlas todas. Tus brazos en torno a mi cuello, mi cintura, las caricias largas y cálidas. Los labios unidos, devorándose, los sabores desvanecidos. La calidez húmeda. Tus ojos, entrecerrados, tan luminosos como siempre. Tú.
Abro los ojos. Tú, tu piel, tu sonrisa y la chispa de tu mirada. Me acurruco en tu pecho, en el hueco de tu hombro. Cierro los ojos. Me duermo poco a poco. En el paraíso.

martes, 24 de enero de 2012

Veinticuatro de enero; silencio

Aquí estoy una vez más, frente al teclado del ordenador y un archivo en blanco. Blanco brillante, reluciente, casi hiere a la vista. Miles de ideas pasan por mi cabeza; buenas, malas, mediocres, decididamente pobres, demasiado parecidas a cosas que ya se han hecho antes, fantásticas, espectaculares, eróticas, filosóficas, muy descriptivas o demasiado íntimas. Todas pugnando porque diga "tú" y comience a tirar del hilo de esa idea en concreto, y no otra.
Normalmente, esa algarabía de pensamientos me produce alegría. Suele querer decir que mi Musa sigue conmigo, por mucho que se enfadase y silenciase cuando encontré el amor (el de verdad, me refiero). Suele significar, para mí, que estoy haciendo lo correcto. Que el amor y el genio son compatibles, que puedo tener ambos. A mi amor y mi Musa.
Pero hoy todo esto me produce dolor de cabeza. Todo lo que pienso se mezcla con Henry VIII Tudor, con las intrigas cortesanas, con Catalina de Aragón, con Mary y Anne Boleyn, con Jane Seymour, Anne de Cléves, Catherine Howard y  Catherine Parr, Bloody Mary, Elisabeth I y el resto de Tudor. No es que la Historia me disguste, al contrario, estudiar Cultura me apasiona - aunque ir a clase me mata, todo sea dicho - pero he metido demasiadas cosas nuevas en mi cabeza como para seguir insistiendo. No, hasta aquí he llegado por hoy. 
He tenido palabras de sobra, conocimientos, chocolate, besos y aromas del paraíso. Con esto basta por hoy. Ahora solo pido silencio. Silencio para descansar y fijar todo en mi memoria. Las palabras volverán, y con ellas mi Musa. Pero ahora mismo, deseo silencio.
Y descansar.

lunes, 23 de enero de 2012

Veintitrés de enero: paréntesis

Creo que a estas alturas, es momento de que me presente. Por si tengo algún lector desconocido que no se ha manifestado, o por si alguno de mis conocidos lee el blog. Aunque solo sea por decir "me he presentado", qué carajo.
Decir mi edad no tiene sentido; los que me conocen bien, a fondo, dicen que parezco mayor; y los que me ven por la calle, sólo físicamente, dicen que parezco mucho más pequeña. Si quieres una descripción física, te diré que tengo el pelo negro y corto y los ojos almendrados, al más puro estilo elfo, es todo lo que necesitas saber.
Estudio primero de Filología Inglesa, o Grado en Estudios Ingleses, como se llama ahora, en  la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de **********. Las palabras son lo único de lo que he estado segura toda mi vida, el modo que sea; prosa, poesía, los versos de una canción. En cualquier idioma. Palabras, siempre palabras. Sobre todo, ahora que la música se me escurre como el agua entre los dedos.
El amor y las palabras dan sentido a mi vida; y no hablo solo de amor romántico, hay cientos de tipos de amor. Una vez, alguien muy sabio me dijo que si sumabas los "kanjis" - letras japonesas que representan palabras- de "mujer" y "niño", en vez de obtener la palabra "niña", como sería lógico en la filosofía occidental, obtienes la palabra "cariño". Es una metáfora que me hace pensar que el amor está en todo. Ama, siempre ama. De todas las maneras, todo el tiempo. Es lo mejor que puedes hacer.
Respecto a este blog, solo decir que iré intercalando anécdotas de mi día a día, junto con microrrelatos, junto a historias que probablemente serán continuadas a través de las semanas - como es el caso de "Panóptico"-, junto a canciones, poemas, reflexiones... bueno, supongo que ya te habrás dado cuenta de la cantidad de tiempo de mis días que paso en un autobús.
Intentaré colgar al menos dos entradas diarias, a poder ser una a mediodía y otra por la noche.
Y eso es todo por hoy. Mañana más, y mejor. Espero.

domingo, 22 de enero de 2012

Veintidós de enero: todo lo que vale y no vale la pena

Es complicado levantarse por la mañana, sabiendo que te espera un día largo y sin ilusión. Es  complicado luchar por cosas que realmente no crees que valgan la pena. Es complicado fingir que realmente te importa todo lo que debería importante.
Pero a veces, hay cosas que te inspiran. Una mirada. Una sonrisa. Una caricia larga, lenta y dulce sobre la piel desnuda. No sueños de triunfo, ni de dinero, ni nada por el estilo. Las cosas que nos hacen soñar son otras.
Aunque haya quien no lo entienda.

viernes, 20 de enero de 2012

Bienvenido a mi Infierno


Abres los ojos.
Despacio, despacio. Por miedo a lo que puedas ver.
Negro. Oscuridad, pero una oscuridad distinta. El negro de tu alrededor brilla, reluce, emite una luz siniestra. Te hace sentir mal. Te aterra. Quieres correr, huir de aquí, pero no puedes. Sabes que no puedes.
Bienvenido al infierno.
A mi infierno.
Ves una luz un poco más adelante, de un color rojizo brillante, reluciente. Como una brasa o una llama. Desprende calor, al contrario que el resto del infierno, que está frío. Frío como un muerto, como un cadáver, como un cristal, como un espejo roto en el que ya no se dibujan tus ojos.
Caminas hacia ella. La brasa se hace mayor, cada vez más grande y brillante. Ilumina a tu alrededor, aunque casi preferirías la brillante oscuridad.
Te rodean ruinas. Ruinas de castillos, fortalezas, tomadas por la hiedra marchita y muerta. Hay gente tendida entre ellas... están muertos. Lo sabes, lo intuyes. Y te aterrorizan. Quieres correr, huir, pero sabes que no puedes.
¿Te gustan mis ruinas?
Son los pedazos de todos mis sueños rotos. Tal vez la cara de aquel te suene... es posible que le hayas besado hoy. O que le vieras en el instituto, aquella puede ser tu hermana, que está en casa, leyendo o jugando al ordenador. Esa puede ser la chica a la que amas, la que tanto daño te ha hecho.
Para mí están muertos. Y créeme, es lo mejor. Porque si los diera por vivos, podría matarlos yo misma. Créeme.
Al fin y al cabo, estás en mi infierno, ¿no? Yo soy la anfitriona. No me contraríes. Puedo ser muy desagradable.
La brasa crece y se transforma en una llama, que crepita con un fragor ardiente, brillante, que hiere tus huidizas pupilas y te hace desear huir, correr, despertar. Cada vez más grande, la brasa devora la hiedra, las ruinas, los cuerpos tendidos en ellas.
Por algún motivo, eso te asusta casi más. Como si verlos desaparecer entre las llamas y el humo los borrase totalmente.
No te engañes. Es mejor así. Los sueños mueren o se hacen reales. Y los sueños muertos estorban, entorpecen la vida. Crean infiernos, fantasmas. Se debe renunciar a ellos. A las personas que creíste especiales y descubres vulgares, anodinas, mentirosas... o que se fueron. A los futuros que se desvanecieron entre las lágrimas que entorpecieron la vista durante horas y días, y meses, años incluso. Tal vez vidas. A los deseos inútiles...
Todos deben arder. Que no quede más que humo, humo blanco y brillante que se eleve hacia el cielo, dejando libre mi infierno para más fantasmas.
Cuando el infierno arda, sólo quedará humo. Solo humo. Ni siquiera quedarán cenizas, porque el viento se las llevará lejos, a un lugar donde no se te metan en los ojos y te provoquen más lágrimas.
Si quemas el infierno, solo tendrás humo. Déjalo arder hasta que todo se queme.
"[...]No es nada fácil saber si un hombre es bueno o malo, ¿verdad?Ni tú. Ni Bethod. Ni nadie.
-No- Logen siguió sentado, contemplando las llamas-. No, no es nada fácil. Todos tenemos nuestras razones, los buenos y los malos. Todo depende de como se mire."
Joe Abercrombie, "El último argumento de los reyes"
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jueves, 19 de enero de 2012

Primera prueba superada...

...primer final salvado. Aquí estoy, en la Facultad, rebosando alivio por los cuatro costados, esperando a que vuelva Santi con su amigo. Ya los veo al final del pasillo. Me tengo que ir.
Solo quería compartir mi alegría.

miércoles, 18 de enero de 2012

Dieciocho de enero: todo lo que sigue igual

Mi madre esta borde. Lo de siempre. Que no cree que estudie. Que no hago nada. Que soy una vaga. Que solo me pagará esta oportunidad, y ni una más. Que si no apruebo este año, el que viene a la calle. Que no valgo para nada. Que soy una soñadora inútil. Que podría ser lo que quisiera ser, pero no quiero ser nada. Etcétera, etcétera, etcétera. Y yo ya no puedo más.
Pero me toca poder. Siempre es peor la alternativa.
Ya se sabe. Más vale infierno conocido, que paraíso por conocer.

Época de exámenes...

...estrés.

martes, 17 de enero de 2012

Diecisiete de enero; luces en la niebla.

Hoy el día no ha estado mal. Empezamos con dos horas de gramática, largas, inevitablemente aburridas y repetitivas, pero acabaron. La media hora de descanso la dedicamos a jugar al voley-albal, mis dos amigos y yo, ante las miradas de asombro - de los Erasmus- y desdén - de los "guays"-. Luego, la hora de Cultura. Se ha dignado a darla en Español. Qué alivio, y qué interesante resulta, cuando habla un idioma cuya pronunciación domina.
Volvimos el bus, los mismos tres. Divertido, entretenido, se hace más corto, se nos hace menos solitario. Nos reímos bastante.
El segundo bus, el que cojo sola, fue distinto. Lo llevaba mi primo, me senté delante, para estar cerca de él y hacerle compañía. Intercambiamos cuatro frases corteses, nada más; ni a mí me gusta hablar por hablar, ni a él escuchar tonterías.
La niebla era espesa, impenetrable. Delante, sólo veía luces rojas, luces doradas en lo alto de las farolas, algunas luces verdes de los semáforos. Esa es la imagen que te traigo hoy. Luces perdidas en la niebla.
Al llegar a la parada, por fin, el día cobró su sentido completo. Y aquí acabo. Hay cosas que no son de tu incumbencia. Pero te dejo con el sabor de los besos en los labios. Aunque no sean para ti.

lunes, 16 de enero de 2012

Dieciséis de enero: rutina

Ya se me había olvidado lo aburridas, insoportables, realmente soporíferas, que resultan las clases de Cultura.
Esta mañana me desperté con los ánimos altos; no los perdí ni siquiera ante las miradas de desdén en la parada del bus, donde practicaba - con más empeño que tino - con la armónica. Sobrevivieron al examen de fonética, se redoblaron con la seguridad del aprobado, parecían invencibles durante la hora - tirando a larga -de conversación con mis amigos.
Dos palabras de esta mujer han bastado para echarlos por los suelos. En fin. Hola, rutina. Cuánto te echaba de menos.

domingo, 15 de enero de 2012

Quince de enero: toda luz...

... proviene de tus ojos.

Golpes.

Portazo. No quiero pensar. No quiero volver la vista atrás y ver las cosa que siguen igual. Prefiero correr hasta que me ardan los pulmones, hasta que sienta los músculos de las piernas destrozados, y centrarme en todo lo que ha cambiado.
Con cada latido frenético, con cada inspiración acelerada. No pienso, solo siento. El frío me corta los brazos, los dedos de las manos, afilado como un cuchillo; pero me arde la garganta. Aprieto los dientes y corro, tratando de ser más rápida que mis emociones, más rápida que mis recuerdos.
Jadeo.
Aprieto más el ritmo. Soy fuerte, realmente fuerte. Puedo correr más.
No puedo.
No sé en qué momento pierdo el pie. Solo sé que caigo de bruces con un crujido de ramas rotas. El suelo está duro, congelado; las ramas de las plantas muertas, castigadas por las heladas, son quebradizas. Uno me golpea; las otras me abren la piel. Tengo frío.
Estoy helada.
De bruces contra la realidad. Una vez más.
No puedo escapar.

sábado, 14 de enero de 2012

Despedida

Hace frío fuera; dentro, un calor que no se puede soportar. Los cuerpos se agolpan unos contra otros, bailan a saltos. La música es fuerte, potente, incluso desde aquí fuera. Hace que quiera gritar todo lo alto que pueda, bailar sola en la calle. No lo resisto; vuelvo a entrar.
El bar está oscuro, pero se ve mucho mejor que en otros antros modernos en los que he estado, con esas luces de colores parpadeantes. Aquí todo es menos artificial, más real que en esos locales. Nadie rechaza a nadie, y en medio del estruendo de la música, somos todos iguales. Pasa de heavy metal a country a rock a punk sin descanso. Nada de pop fresa, nada de rap.
Hay tres chicas encaramadas a la barra, todo cuero y curvas ellas. Bailan sin vergüenza y sin descanso; una de ellas va con cierto retraso respecto a las demás, tal vez algo más descoordinada, pero la jalean igual que al resto, ¿por qué no? Y ella parece condenadamente feliz. Sus ojos no están vidriosos por el alcohol, solo es feliz. No digo que esto sea idílico, hay drogas y alcohol como en cualquier otro sitio. Pero aquí estoy en casa.
No sé cuando he comenzado a bailar, pero no paro. Me gusta cómo resuena en mis oídos cada golpe que doy con los tacones al saltar, cómo giro de golpe, cómo me golpea el pelo las mejillas. No sé bailar. Y no me importa.
Estoy en casa.Ya no soy una chica mala... bueno, no tanto como antes. Pero eso no quita que aquí me sienta en casa. Entre cuero y bajos resonantes. Entre cadenas y pinchos. Con olor a gasolina y cigarrillos. A motos y carretera.
Salto otra vez. Dejo de pensar. Giro. Solo me queda esta noche. No la voy a desperdiciar pensando.

viernes, 13 de enero de 2012

Trece de enero; esas tardes...

... en las que no te hace falta nada más que tus amigos y unos futbolines para ser feliz.

Preguntas

El sol brilla tras las cortinas blancas, arranca destellos a los ribetes naranja brillante. Un día soleado en pleno enero; una bendición.
Es buen momento para hacerse preguntas. Por qué, dónde, cuándo, cómo. Dicen que son los mejores años de nuestra vida. Que nos estamos preparando para el futuro. Que cuando pasen los años, echaremos de menos esta época. No digo que no vayamos a hacerlo, pero justo ahora es complicado no desear crecer. Luego, al parecer, nos pasamos la vida deseando ser jóvenes. ¿Alguien lo entiende?
Será que los humanos no sabemos lo que queremos. Qué se le va a hacer. Vivir en presente no es fácil, si no hacen más que repetirte que tienes que prepararte para el futuro. 
Pero aún así, nos las apañaremos. ¿Verdad?

jueves, 12 de enero de 2012

Doce de enero; agotamiento

Dos hombrecitos. Imagina dos hombrecitos diminutos con dos diminutos martillos, de pie tras tus globos oculares. Levantan el martillo a la vez, y golpean. Justo entre el ojo y la cuenca. Reverbera por todo el cráneo. Vuelven a levantarlos. Golpean. Una y otra vez. Una y otra vez.
Solo se alivia si cierro los ojos. Parece que la oscuridad los tranquiliza, aunque si los abro, me duele igual. Lo mismo pasa con los movimientos bruscos. Me marean.
En resumen; me duele la cabeza. Un horror. No quiero levantarme e ir a cenar, quiero tirarme en la cama y dormir una era entera. O varios eones. Pero dormir.
"Ting". Suena la campanita de la freidora. En nada, mi madre nos gritará para que vayamos a cenar, y yo sentiré fuegos artificiales tras los párpados. Dolor. 
Al menos, ya es jueves. Siempre llego a los jueves agotada, deseando solo dormir. Pero el viernes por la mañana se me ocurren mil motivos para levantarme, y claro, lo hago...
Volviendo a casa en el bus, escuchaba música otra vez. Suave, suavecita, la voz desgarrada de Taylor Momsen me va acunando. Procuro no escuchar la letra. Hay demasiado dolor en la voz de esa niña mujer, tan vieja por dentro. Pero ahora, me sabe a miel. Me calma. Pienso en llegar a casa, oír tu voz, dejarme caer en tus brazos... hasta que el autobús da un bandazo y la ilusión, el delirio de la fiebre, se desvanece.
Aún no. Aún no. Aún no...
Pero ese "aún" solo significa que algún día, sera "sí".

El espejo

Miro por la ventana, aunque tengo que quitar el vaho del cristal primero. El autobús se ha detenido en un semáforo, y yo escudriño el oscuro exterior. La mayor parte de la iluminación proviene del semáforo en rojo, y su luz se derrama sobre una chica que que espera para cruzar.
Tiene el pelo negro como un río en una noche sin luna, parece fluir sobre sus hombros igual que el agua, con destellos rojos. Su piel es muy blanca, y con la luz roja parece que tiene el rostro ensangrentado. Las sombras en torno a sus ojos se ven muy oscuras contra la piel escarlata, y también el contorno de sus labios, que parecen tener abismos negros en torno a los montes escarlata. Los pómulos se destacan como acantilados, altos, orgullosos. Su cuello no se distingue en la negrura de sombras. Lleva un abrigo de cuero negro, brillante, que acaba donde empiezan sus largas piernas, enfundadas en unos vaqueros  ceñidos. Un palmo por debajo de las rodillas comienzan unas botas de piel blanda, de tacón alto, que abrazan estrechamente sus gemelos. Detrás de ella merodea un gato, negro como el carbón, aunque ya se sabe, de noche, todos los gatos son pardos.
Hay algo en ella que me resulta terriblemente familiar. La miro con intensidad, tratando de determinar qué es antes de que el semáforo cambie de color. Sin conseguirlo.
Cuando el semáforo se torna ámbar, alza la vista hacia el autobús. En el tiempo que dura un latido, sé que me resulta conocido de ella.
Esos ojos, a la luz ambarina, reluciendo salvajes y atávicos, que conozco tan bien. La curva de esos labios, en esa sonrisa lobuna, dura, irónica. La nariz, las gruesas cejas, los hombros alzados, desafiantes, insolentes. La pose arrogante de las piernas. Incluso las botas.
Es como mirarme a mí misma.
El semáforo cambia de color, el verde la cubre y baja de nuevo la mirada. Yo me alejo, el bus se aleja, la dejo atrás.
Pero no consigo dejas atrás la inquietud. Los nervios. Es como si hubiera visto un espectro, un fantasma. Como si acabase de tener una pesadilla.
...
¿Me habré visto a mí misma, al fin y al cabo?

miércoles, 11 de enero de 2012

Once de enero; esperanza

Pensé en las palabras que conocía, en sus sonidos. Eché mucho de menos mi laúd. Al fin y al cabo, para eso tenemos la música. Las palabras no siempre pueden hacer el trabajo para el que las necesitamos. La música existe para cuando nos fallan las palabras.
Patrick Rothfuss, El temor de un hombre sabio

Creo que ya está todo dicho. Todo lo que se puede expresar, claro.

Niebla

Me asomo a la ventana. Fuera, la niebla se ve densa, impenetrable, como si más que caminar entre ella, las personas se sumergieran. Parece que se ahoguen en ella. 
La niebla se aferra al paisaje con sus dedos húmedos, fríos y muertos. Como un océano embravecido, se va tragando todo poco a poco. El frío cala en los huesos. La gente tirita. No ven mucho más allá de unos pocos palmos. Gotitas de agua relucen en sus cabellos, en sus abrigos. Narices rojas, pómulos rojos, labios amoratados. Manos hinchadas y enrojecidas. 
Cualquiera pensaría que salir hoy no es buena idea. Cualquiera diría que es mucho mejor arrebujarse en la cama con un buen libro y aprovechar lo mejor posible el poco calor que conserven las mantas.
Pero yo no puedo. Yo tengo que levantarme, vestirme, hacer amago de peinarme, lavarme la cara. Prepararme para pasar frío, unos minutos, unos metros. Sé que si el camino de ida se me hará largo, el de vuelta será eterno. 
Pero todo vale la pena por el rato que paso allí. El frío. La humedad. El tiempo que pasaré tratando de volver a entrar en calor. Todo vale la pena, por unos segundos de auténtica calidez. Por unos ojos en los que perderme, dejarme ir, y tener la seguridad de que no me pasará nada malo. Por eso, todo vale la pena.
Vamos allá. Once menos veinte. No pienso en el frío, ya no. Solo pienso en el calor. Lo largo que será el camino de vuelta, me da igual. No importa. Mañana volveré a recorrerlo. Y al otro. Todo por veinte benditos minutos arañados de mala manera a la rutina. Esos veinte minutos que me dan la vida.
Esos ojos que hacen que valga la pena vivir. Esas manos que dan esperanza a un alma muda y a un muñón dolorido. Esa boca que da la posibilidad de reír, de besar. Todas esas palabras. Pocas. Siempre calibradas. Tal vez no tan apasionadas como me gustaría. Cínicas, a veces. Irritantes otras. Descarnadamente despiadadas, cuando tratan de hacerme ver. Duras.Quizá a veces demasiado pocas.
Pero son de las pocas cosas que me dan la vida. Y ahora mismo, daría mi vida por ellas. Tenga o no tenga sentido, porque, ¿de qué serviría mi vida sin sus palabras?
Y la mayor parte de las veces, su dureza es solo aparente. La mayor parte de las veces, solo son lo que tienen que ser.
Porque siempre serán mejor palabras duras y reales, que palabras dulces y mentiras.

martes, 10 de enero de 2012

Diez de enero; juego

¿A qué juegan todos?
Yo me pierdo. Siempre me han gustado los juegos. De hecho, las relaciones sociales me divierten, son curiosas de ver. Es un estudio interesante, el de la cortesía; los "no" camuflados, las peticiones disimuladas, exigencias veladas. La inútil red de mentiras que tejen, tratando de pintar una imagen de sí mismo que poco o nada tiene de real. Invierten mucho esfuerzo y mucho tiempo en "hacer ver".
A mí me divierte. Verlos esforzarse en mostrar una cara siempre sonriente, siempre segura de sí misma, carismática, guapa, encantadora. Tratan de que la historia de sí mismos sea interesante contándola de mil maneras, adornándola. Invierten muchas horas de trabajo en ellos. Adornan su imagen de mil maneras; maquillaje, ropa, bravuconadas. A veces me dan ganas de abrirlos como si fueran melones y ver qué demonios hay ahí dentro. ¿Estarán tan vacíos como parecen?
Creo que sí. Si le quitamos a su historia los adornos, descontamos los amigos que no estarán ahí cuando tengan un problema de verdad, los privamos de sus ropas y de sus señas de identidad, estudiadamente elaboradas, de tintes, gomina, joyas y maquillaje, ¿qué nos queda?
Personas. Y, creo que huelga decirlo, personas aburridas. Anodinas.
Tal vez tres o cuatro tengan algo que ofrecer. Quizá alguno sepa dibujar, o cantar, tal vez toque algún instrumento. Puede que alguno tenga una mordaz y filosófica visión de la vida. Tal vez alguna chica descarada maneje las palabras como la hoja de una espada.
Pero la mayoría estarán vacíos. Y ahí se acaba el juego para la mayoría de las personas vacías. Las personas reales siguen jugando.
Ah, pero hay personas vacías que no están del todo vacías; acumulan esquinas de vileza. Lo único que tienen dentro es crueldad.
Esos hacen que la vida del resto de las personas vacías sea complicada. Sobre todo de los que, además de estar vacíos, son débiles. Diría que lo disfrutan; destrozan conceptos que no entienden, el amor, la amistad, la alegría, la felicidad, incluso la tristeza. Solo guardan egoísmo.
Las personas vacías no se les oponen, es como si los egoístas pasasen sobre ellos, los devorasen y escupiesen sus huesos. La mayoría no merecen compasión, pero no todas las personas vacías tienen la culpa de estarlo. No todas han cultivado tanto su vacío. Algunas tienen una chispa de futuro, una posibilidad que podría hacerlas especiales, únicas. Pero los egoístas no les dan tiempo a desarrollarla; los devoran, y a su chispa con ellos.

Es cuestión de tiempo que una persona real tropiece con los huesecillos de una persona vacía. Hay muchos por ahí; amas de casa apaleadas, trabajadores agobiados, chicos asustadizos. Las personas reales suelen reaccionar ante esto, tal vez lo denuncien en una canción. Quizá alguna persona real pinte o escriba sobre ello. O simplemente piense en ello. Las personas vacías no lo hacen. Las egoístas no quieren hacerlo.
Algunas personas reales, más impulsivas, más imprudentes, más rebeldes, se enfrentan directamente al problema. No tienen muchas armas, y la batalla es desigual. El combustible de las personas reales son los sueños. El de las egoístas, su necesidad de tener más. Para sí mismos.
Las personas reales casi siempre son derrotadas. Eso les pasa por meterse donde no les llaman, piensan las personas vacías. Eso, por meterte conmigo, piensan los egoístas. Las personas reales recogen sus cosas y se van, porque saben que tanto unos como otros son dignos de compasión.
A veces, la persona devorada a la que trataban de ayudar alza un poco la mirada del suelo.O la aparta de la persona egoísta a la que cree pertenecer. Una mirada lapidada y agotada, pero algo viva aún.
La mayor parte de las veces no pasa nada. La mayor parte de las veces bajan la mirada, o la devuelven a su dueño al instante. La mayor parte de las veces, no pasa nada y todo sigue como antes.
Pero las personas reales no se rinden, eso es lo que las hace ser reales. Y a veces, solo a veces, una persona devorada recoge un sueño caído del bolsillo de una persona real. A veces le brillan un poco los ojos. A veces, una persona devorada se da cuenta de que aún tiene una chispa de futuro en su interior. E intenta seguir adelante.
Es un juego complicado. Las personas reales nunca ganan, nada. Las personas devoradas a veces prefieren no admitir la realidad. A veces un egoísta acaba con una persona real.
Pero las personas reales siguen jugando. Artistas. Soñadores. Escritores, músicos, cantantes, filósofos, pintores y actores, dibujantes. A veces son solo buenas personas. Son los que traen esperanza a este mundo vacío. Un mundo que, al fin y al cabo, no nació así. Los hombres lo han ido vaciando poco a poco. 
Por eso es responsabilidad nuestra volver a llenarlo.
Y es un juego peligroso.

Palabras

Comer y al bus. Como siempre. Quién sabe cuántas horas de mi vida pasaré en un autobús. Qué aburrido, qué típico, qué repetitivo. Necesito cosas nuevas. No cuerpos apretujados en un autobús de chapa, como sardinas en su lata, mirando por la ventana, escuchando música, leyendo, todo con tal de no verse unos a otros. Tan aislados, en la sociedad de la comunicación.
Las mujeres, la mayoría impecablemente vestidas; las más jóvenes, impecablemente desaliñadas, con estudiada precisión; una melena revuelta, un pantalón algo roto, pero no es roto, es vintage. Y quién entiende eso.
Y a quién le importa.
Los hombres presentan aún menos variedad; de todas las edades, la elección está entre traje o vaqueros. Con más o menos pelo. Con más o menos barba. Clones.
Me gusta mirar a mi alrededor. Me gusta preguntarme si toda esta gente es consciente de que va a morir, y si en el momento de hacer balance, estarán satisfechos con lo que han hecho de sus vidas, o se preguntarán si pudieron hacer algo más. Porque todos vamos a morir, claro. No importa cómo, ni dónde, ni cuándo. Lo que importa no es cómo mueres, si no cómo has vivido. Algo así dijo Abercrombie. No sé en qué libro. Pero valía mucho la pena.
Bajo la vista, la gente me mira raro. ¿Es por la chupa de cuero? ¿Las botas altas? ¿El pelo corto, que se encrespa en las puntas? ¿El abalorio metálico al final de la trenza? ¿El libro que llevo en las manos, grueso y a todas luces, pesado, que acuno como un tesoro? Me miran como si fuera distinta. Diría que todos somos distintos. Que todos somos especiales.
Pero eso no es más que otra forma de decir que nadie lo es. Así que no soy distinta. No soy especial. Solo pienso de otro modo.
Abro el libro de nuevo. Tiene tantos sueños dentro que no leerlo sería pecado. Es pecado no leer la mayor parte de los libros. Casi todos esconden un secreto. O miles. Y sino, una esperanza para nosotros. Una idea. Un sueño nuevo. 
¿Te cuento un secreto? Yo vivo de libros. La vida no tendría sentido sin palabras, aunque las palabras ya no tengan tanto sentido como antes. Las palabras y la música son lo que da cuerda al mundo. A los sueños. Las palabras, y la música.
Ése es el lenguaje de los sueños. De la vida.
Una palabra. Dos. Tres...
"Callado no es estúpido. ¿Tú? Siempre hablando. Bla bla bla bla bla. - Hizo un movimiento con una mano, imitando una boca que se abre y se cierra -. Siempre. Como un perro que ladra toda la noche a un árbol. Intenta ser grande. No. Solo ruido. Solo perro."
Ya está hecho. Ya me he perdido.
De vuelta a casa.

Nueve de enero; y vuelta al principio


Enero. Hace frío, y los árboles parecen esqueletos de una batalla cruel, con las extremidades alzadas pidiendo clemencia, cubiertas de gotas de niebla congelada. Muertos.

Nada se mueve bajo el cielo gris, casi blanco. Como si el aire también se hubiera congelado y mantuviese todo estático, inmóvil.
Nada se mueve salvo las emociones. Los pensamientos vuelan sin control, sin dar tiempo a las palabras para aferrarse a ellos. Enredan algunas a su paso, las arrastran, pero sin un hilo visible nunca podrán decir nada.
Solo la música podría seguir la velocidad de las emociones que se confunden en mi mente. Solo la música sabría cómo hacerlo, como sacarlas de mi interior. Busco de nuevo la melodía, la canción de mi vida, apenas logro retenerla unos segundos; mi mano es un muñón inútil, mi garganta muda, mi mente no sabe hablar ni entiende. Jamás podrá volver a expresar lo que tan bien conoce.
Solo quedan las palabras, demasiado pocas, demasiado vacías. Faltan palabras y las que hay, están desgastadas por el uso. No tiene sentido intentarlo. Me aferro a las palabras un poco más, pese a todo. Son lo único que me queda, ahora que me falla la voz. Tengo que creer que es posible.
Pero no lo es. Son solo trazos de tinta sobre el papel. Vacíos. Nada que pueda captar la profundísima interrogación, el agotamiento, la derrota. Nada que exprese cómo encontrar la esperanza como yo lo hago.
Como una botella rota, como un muñón, una muerte. Está claro que falta algo. Y está claro que por mucho que se intente nunca volverá a ser lo mismo. Las palabras que en su día fueron todo.
Soy solo son vidrios rotos, dedos amputados, tumbas recientes. Hoy sólo son un intento de ser lo que un día fueron.
No tiene sentido. Guardo todo de nuevo. De vuelta a mi interior. Apaga.
Olvídalo.