“Existen dos tipos de personas en el mundo: las que creen en el amor y las que no.”
Gabrielle Zevin, “Fan Fictions”
Gabrielle Zevin, “Fan Fictions”
Existen dos tipos de personas en el mundo: las que creen en el amor y las que no.
Y un tercer grupo, menos conocido, menos interesante, más cansado, menos heroico. Las que quieren creer en el amor.
Esa personas que han aguantado un desengaño tras otro. Esas personas que, a pesar de todo, tratan de tirar hacia delante. Sin amor.
Pero soñando con él.
Esas chicas que caminan entre la multitud con la vista alzada, saltando la mirada de rostro en rostro, buscando uno que brille, buscando a su príncipe azul.
Esos chicos que buscan en los rasgos de las chicas una boca dulce, una sonrisa bonita, una cálida mirada.
Todas esas personas que, año tras año, continúan esperando a que salte la chispa, que se prenda el aire, que Cupido se fije en ella de una maldita vez y les demuestre que sí que existe el amor a primera vista. O que sí que existe el amor, simplemente.
Pero pasan los años, otoño tras otoño, y los San Valentines se suceden sin rosas rojas ni tarjetas de amantes. Y podrían dejar de creer en el amor. Podrían rendirse y elegir el próximo tren que pase y los deje en un lugar cómodo.
Pero siguen sentados en la estación, esperando ese tren, su tren, que los llevará al jugar hermoso al que están destinados. Aunque se vayan desengañando. Aunque esperar los agote. Aunque les cueste creer. Pero se quedan, porque quieren creer en el amor.
Porque, al igual que los románticos se negaban a renunciar a su esencia, sucumbiendo heroicamente a la oscuridad y humedad de sus sueños, ellos prefieren marchitarse esperando a que Afrodita por fin los recuerde.
Y un tercer grupo, menos conocido, menos interesante, más cansado, menos heroico. Las que quieren creer en el amor.
Esa personas que han aguantado un desengaño tras otro. Esas personas que, a pesar de todo, tratan de tirar hacia delante. Sin amor.
Pero soñando con él.
Esas chicas que caminan entre la multitud con la vista alzada, saltando la mirada de rostro en rostro, buscando uno que brille, buscando a su príncipe azul.
Esos chicos que buscan en los rasgos de las chicas una boca dulce, una sonrisa bonita, una cálida mirada.
Todas esas personas que, año tras año, continúan esperando a que salte la chispa, que se prenda el aire, que Cupido se fije en ella de una maldita vez y les demuestre que sí que existe el amor a primera vista. O que sí que existe el amor, simplemente.
Pero pasan los años, otoño tras otoño, y los San Valentines se suceden sin rosas rojas ni tarjetas de amantes. Y podrían dejar de creer en el amor. Podrían rendirse y elegir el próximo tren que pase y los deje en un lugar cómodo.
Pero siguen sentados en la estación, esperando ese tren, su tren, que los llevará al jugar hermoso al que están destinados. Aunque se vayan desengañando. Aunque esperar los agote. Aunque les cueste creer. Pero se quedan, porque quieren creer en el amor.
Porque, al igual que los románticos se negaban a renunciar a su esencia, sucumbiendo heroicamente a la oscuridad y humedad de sus sueños, ellos prefieren marchitarse esperando a que Afrodita por fin los recuerde.
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